Simples Deducciones
Ángela es de un pueblo de Nayarit, de origen humilde ha trabajado en el campo, haciendo el aseo, en tienda de abarrotes, torteando en algún restaurante, auxiliando en la cocina y otros empleos más, ella dice que “no le alcanza” para trabajar en tiendas departamentales porque apenas si concluyó la primaria, “y ahí piden más estudios”.
De 34 años, su rostro no evidencia dicha edad, pareciera de más, su cuerpo hace juego, camina encorvada desde hace dos años, odia la vida, para ella no existen navidad, año nuevo, semana santa, cumpleaños, ninguna fecha tiene significado más que el 1 de noviembre, día de los angelitos, fecha en que se va a su rancho para ir al panteón y pasar ahí casi toda la noche, hasta que la sacan del lugar.
Me aclara que no tiene ganas de que su plática sea publicada, “ya de nada sirve, mi Ángel no va a regresar con nada, pero sí la vas a meter al periódico no diré nada porque a lo mejor le sirve a alguien y no deje a sus hijos en manos de otros, a quienes no les interesa cuidarlos”.
Ángela recuerda que fue con unas primas a Sinaloa para que conocieran a su hijo, cuyo padre no quiso hacerse responsable y jamás lo conoció, “fuimos a pasar unos días para allá y entonces una prima me dijo, vamos al mercado para traer lo que se necesita para la comida y nos fuimos, mi hijo jugaba con dos primos y ya mi otra prima dijo que ella los vigilaría”.
Recuerda que se tardaron como hora y media y cuando regresaron había varios vecinos en el corral de la casa familiar, su corazón se aceleró de golpe como si adelantara los hechos y entró corriendo, preguntó qué había pasado y su prima, la encargada de cuidar por respuesta le dio un, “ay prima, prima lo siento, yo sólo contesté el teléfono y cuando salí ya no lo vi”.
El pequeño Ángel cayó a un pozo de agua, nadie lo auxilió, sus primos dicen que jugaban a las escondidas y pensaron que se había ido a esconder al patio de la casa vecina, pero no, minutos después de gritarle y que no apareció, lo encontraron ahí, flotando su pequeño cuerpo en el fondo del pozo; un vecino se ofreció a bajar y sacarlo con cuerdas, cuando Ángela llegó el cuerpecito estaba sobre la tierra del corral, viendo hacia el cielo y con sus ojos abiertos.
Ella no puede más y llora con lamentos y quejidos que le salen del fondo del alma, su cuerpo se estremece y sale la ira contenida, el dolor que aún la ahoga, “¿por qué?, yo no he sido mala persona, no he robado, no he matado, a nadie le he hecho daño, ¿Dios?, de verdad existe Dios?, eso es falso, sí existiera hubiera cuidado a mi pequeño, mi niño”, esto me lo cuenta mientras abraza una pequeña almohada que a su hijo le gustaba.
Me dice que aún conserva su olor, y de pronto añade, “no sé qué sigo haciendo aquí, no tengo nada por qué vivir, trabajo todo el día para no llegar aquí a la vecindad, nomás como una vez al día y a fuerzas, quiero morirme, quiero irme con él, pero ese Dios del que hablas no me oye, no me ve, no le importo”.
Sé que todo lo que le pueda decir no hará que cambie de opinión, sólo le digo dos cosas antes de retirarme, la primera es que su dolor debe hablarlo, tratarlo con una terapia que le permita caminar hacia la libertad de su alma y dos, que sí ella sigue en esta vida es porque tiene una misión que cumplir y debe buscar qué es, sólo me escucha con el evidente vacío de su mirada, me da las gracias y dice que tiene que ir a dormir.
Salgo de su pequeño cuarto con el corazón oprimido, me ha contagiado su dolor, pero más allá, pese a mis firmes creencias, me ha hecho que por unos instantes también reflexione sobre la existencia Dios. Mándame tus comentarios, dudas y sugerencias a mi Facebook Juan Félix Chávez Flores o a mi correo juanfechavez@gmail.com