DECISIONES TRASCENDENTES

Verítas Liberabit Vos

Por Daniel Aceves Rodríguez

La Historia del mundo está llena de decisiones trascendentes, unas tomadas con todo la planeación  y consenso palmario, otras llevadas como bien lo explica Manuel García Morente al hablar del carácter hispánico;  con “más pálpito que cálculo” donde las consecuencias muchas de las veces han cambiado o transformado el rumbo de acontecimientos fundamentales.

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El Presidente John F. Kennedy pidió utilizar un auto descapotado aquél fatídico 22 de noviembre de 1963 para así gozar un poco del sol texano en su visita a Dallas, sin esperar que con ello facilitaba la escena al francotirador furtivo que acabaría con su vida; la decisión del cochero del Archiduque de Austria que por no perder tiempo cambió de ruta sin saber que se encaminaba al victimario que cometería el asesinato que daría inicio a la Primera Guerra Mundial, o un Presidente Lincoln que por su gran gusto las obras escénicas entró al Teatro Fords aquel 14 de abril de 1865  con solo un guardaespaldas porque aceptó darle permiso a otro de detenerse a comprar golosinas, quedando así  inerme  ante su agresor John Wilkes Booth.

Y así la Historia nos podría contar los avatares por ejemplo  de Napoleón y un sinfín de batallas que marcaron su sino por una decisión fundamentada en la idea, percepción, pálpito, corazonada o inspiración de quien la ejecuta, en ellas podemos recordar aquella que se fraguó en nuestro territorio y ha pasado a los anales con la frase “Hay que quemar las naves”.

Esta frase es atribuida a Hernán Cortés en la Historia de la Conquista,  quién en el año de 1519 al llegar a las costas de Veracruz desobedeciendo la orden de Diego de Velázquez que gobernaba Cuba y tomando una decisión  optó por deshacerse de las naves que lo trajeron al continente y forzar a sus quinientos hombres a no renunciar a la acción emprendida que los llevaría a la conquista.

Esta acción tiene un sentido lingüístico español, que no corresponde necesariamente a prenderles fuego, sino deshacerse de ellas y en este caso hundirlas,  para evitar con ello cualquier deseo de dar marcha atrás, de acuerdo a los relatos de Bernal Díaz del Castillo en” La Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España” lo que realmente hicieron fue un boquete que les provocó que se fueran al fondo del mar, sin embargo en la idea de la sociedad y por mucho tiempo ha perdurado que literalmente se les prendió fuego, dejando en la mente de sus hombres que no quedaba más remedio que vencer y triunfar a su lado.

Con esta acción no premeditada se produce el inicio de una etapa que marcaría el destino de lo que hoy es nuestra nación, ya que se inicia la Conquista que traería la formación de una nueva nacionalidad conformada por el mestizaje racial entre lo español y lo indígena. 

Sin embargo esta frase que alude a una decisión extrema al parecer históricamente ya había sido imputada a otros personajes, tenemos el caso de la frase “Alea iacta est” (la suerte está echada) se adjudica al emperador   Julio César en el momento que este cruza el río Rubicón límite entre Italia y la  Galia Cisalpina provincia que le había asignado el Senado romano, esta acción demuestra una rebelión contra la autoridad y dio comienzo a una larga guerra contra Pompeyo y sus huestes, donde él había tomado el riesgo y pasado un punto de no retorno, donde no debía ya de retroceder.

Similar situación la encontramos con Alejandro Magno que en el año de 355 a. de C. al llegar a la costa de Fenicia vio como los soldados enemigos triplicaban en número a sus tropas con el consiguiente desánimo de ellas, por lo que al ver el temor y falta de esperanza en sus hombres, y comprendiendo que si no cambiaban de actitud seguramente caerían derrotados;  ante el asombro de todos, ordenó el desembarco y una vez ahí mando quemar todas las naves para después dirigirse a sus tropas diciendo: “Caballeros cuando regresemos a casa, lo haremos de la única forma posible: en los barcos de nuestros enemigos”

Otras gestas clásicas que emularon esta acción fueron las de Agatocles en su lucha contra Cartago donde destruyó sus naves para entregarlas de sacrificio a los dioses y asegurar así  la victoria, o la de Juliano el Apóstata en su lucha contra los persas, que para evitar que sus soldados huyeran incineró su propia flota.

Sin embargo es la frase de Cortés la que más significado ha tenido en la Historia puesto que las consecuencias de esta decisión fueron de gran envergadura, aunado a que esta  fue mantenida férreamente  acompañada de la seguridad que se tenía en la empresa que habría de iniciar, dado que solamente contaba con  un puñado de hombres ante lo desconocido de un territorio adverso y total, demostrándole a sus hombre que tenía una fe firme en lo que intentaba hacer,  tan es así que al poco tiempo por su desobediencia es buscado y perseguido por el Gobernador Diego de Velázquez que manda una expedición desde Cuba en su búsqueda al mando de Pánfilo de Narváez al cual se le enfrenta, lo hace prisionero y convence a una gran parte de la tropa de Narváez a unírsele en su encomienda. 

Se dice que lo que no mata fortalece, y así Cortés habiéndole dejado en claro a Diego Velázquez que por ninguna razón daría marcha atrás en su deseo de conquistar este gran imperio, partió fortalecido en su camino hacia la Gran Tenochtitlán, así ambicioso y audaz aprovecho el resentimiento de la mayoría de la población mesoamericana contra los aztecas para llevar a cabo su misión “Alea iacta est” La suerte estaba echada.

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