El humanismo ante todo

La verdad… sea dicha

Se acuerda usted, amigo lector, de la preocupación que teníamos porque no llovía. Todo mundo se quejaba de este calor endiablado; “si tan sólo nos lloviera un poquito” decía la gente en la calle. Mire, qué cosas, el Dios Tláloc por fin nos escuchó, ya empezó a llover. Como dice don Armando Manzanero “esta tarde vi llover, vi  gente correr”. ¿Pues no que bienvenida la lluvia? Lo cierto es que en Tepic nos cambió el paisaje, ahora no son sólo los días soleados, también hay mañanas lluviosas donde las calles se transforman en espejos azules y grisáceos, un juego de imágenes caprichosas, provocado por el agua que también cubre a las banquetas. Pero no crea usted que Tláloc es tan benévolo; como todos los años, habrá que preparase para el temporal de lluvias, pues se espera que para estos meses entren en acción varias tormentas de gran intensidad. Eso sí, como decía don Ney González Sánchez, llueva, truene o relampaguee debemos ir a votar este próximo domingo primero de julio, abonemos a la democracia de nuestro México.

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NADA DE CARAS LARGAS

Hoy es jueves 28 de junio día de Santa Paulina. Se nos va la semana como agua entre las manos, pues mañana es viernes social, día en que todo mundo está pensando en la diversión; luego llegará, como graciosamente se comenta, el sábado sexual, y ahí sí, como dice mi primo Eustaquio, todo con exceso nada con medida. Bueno, cada quien sus movidas, como diría el gran cómico “Clavillazo” una figura del cine nacional de antaño. La verdad es que la vida hay que vivirla con alegría, de la forma que más nos guste; de nada sirve amargarnos los días, la existencia es tan corta que resulta una verdadera tontería vivir preocupados de todo, o haciendo caso al qué dirán los demás. Nada debe impedirnos ser felices. Dicen por ahí que de este mundo nadie sale vivo, así que nada de caras largas, vayamos a disfrutar la existencia que Dios nos regaló.

AQUELLOS TIEMPOS DE MI ABUELO

Me platicaba mi padre que en su niñez, al lado de mis abuelos y sus otros siete hermanos, llegaron a vivir ciertas etapas realmente precarias por la falta de dinero, motivo por el cual fueron muchas las ocasiones en que al interior de su casa, los disgustos entre sus padres llegaron a tensar seriamente la convivencia familiar. Con el oficio de músico que ejercía mi abuelo, difícilmente se podían solventar las necesidades economías de la numerosa ralea; muy a pesar de que todos los días salía a la guipa con la firme intención de ganar  una buena cantidad de centavos; algo que no siempre conseguía, pues muchas veces regresaba a casa con su contrabajo y el frio de la madrugada calándole más de lo acostumbrado, cuando tristemente se sabía con las bolsas vacías. Recordaba mi padre que el café y los frijoles eran el menú de diario, aunque llegó a presenciar ocasiones en que ni para eso tenían. Supongo que en la pobreza de aquel entonces mucho tenía que ver el que las familias fueran tan numerosas; no en vano años después surgió aquel anuncio institucional de, “La familia pequeña vive mejor”. Pero también es un hecho que las crisis económicas ha sido en todos los tiempos el coco para la ciudadanía mexicana. En la prestigiada revista Este País, su fundador Federico Reyes Heroles, en la presentación de “La crisis: testimonios y perspectivas” señala que las crisis económicas son parte importantísima en la historia del México estridente de los últimos cincuenta años. Ellas tuvieron consecuencias dramáticas sobre nuestro real proceso de desarrollo, y son explicación de nuestros rezagos económicos. Abunda el sabio y reconocido escritor, que las de 1976, 1982, 1987 y 1994, son las principales crisis que nos han afectado. Y tiene toda la razón, aunque no hay que olvidar que para México y el mundo esta historia de problemas económicos data del año 1929, con aquella Gran Depresión.

EN UNA CASA DE EMPEÑO

Era una tarde del mes de diciembre; el tiempo estaba muy frio, oscurecía, y ningún parroquiano asomaba por la puerta de la casa. Iba yo a cerrar para arreglar mis cuentas cuando entró una niña pequeñita como de seis años, vestida muy pobremente, y que se acercaba como vacilando y con timidez al mostrador. Me causó compasión instintivamente, y como no alcanzaba para hablarme, me incliné sobre la mesa para verle la cara. – ¿Qué quieres? -Le pregunté. -Nada. -Cómo nada. Pues entonces ¿a qué vienes? -Porque mi papá y mi mamá están enfermos en la cama, y no han comido en todo el día porque no tenemos, y yo vengo a empeñar. -¿Vienes a empeñar? ¿Qué traes para empeñar? Y ella entonces sacó de debajo de un viejo y destrozado rebocillo con que se cubría, un objeto pequeño, que me presentó con una especie de orgullo, al mismo tiempo que de dolor, y como quien sacrifica una riquísima alhaja, diciéndome: -Pues vengo a empeñar mi muñeca. Era una muñeca vieja y maltratada, que seguramente no valía un peso. Comprendí todo lo que pasaba en el corazón de aquella niña; el valor tan grande que daba a su muñeca; el doloroso sacrificio que hacía por sus padres al empeñarla, y la esperanza tan lisonjera de obtener por ella una gran suma. Y ¿qué hizo usted? -Le pregunté a Granier. -Pues sentí un nudo en mi garganta. Y, sin poder hablar, le di a la niña cinco pesos y le devolví su muñeca, y me quedé llorando como un tonto sobre el mostrador. Granier era un francés de buen corazón, que se había establecido en México abriendo una casa de empeño, y que refiere esta verídica historia al Gral. Riva Palacio.

LO REPITO Y LO REPITO

Sobre los perros callejeros. Cuando un perro muerde a alguien que pasa en su bicicleta por la calle, o cuando el animal saca la cabeza por las rejas de su domicilio para atacar a todo lo que se mueve, no es culpa del perro si comete alguna barbaridad, es culpa de su dueño que actúa de manera irresponsable a la hora de cuidar a su mascota. En el caso de los perros callejeros no existe conciencia social para denunciar a los vecinos que echan a la calle a los animales cuando su deber es atenderlos y protegerlos. Los perros dependen totalmente de sus dueños, y deshacerse de ellos de esta manera tan inhumana no se vale. Cuando se adquiere una mascota se debe pensar en que se tiene la obligación de darle un trato digno, proporcionarle sus vacunas, alimentarlo, bañarlo, esterilizarlo y tenerlo en un lugar limpio, pero nunca aventarlo a la calle para que se convierta en un problema ante la sociedad, aunque desgraciadamente todos los días los perritos son lanzados a la calle donde acaban su vida de una manera muy triste. Hasta pronto. Para comentarios robleslaopinion@hotmil.com

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