El poeta amigo de Tepic que murió en Puebla

El poeta Héctor Zendejas Pineda fue, de joven, un extremista de izquierda que terminó por convertirse en perseguido político en el régimen del presidente Luis Echeverría. Para no ser capturado fue a refugiarse a la selva maya, entre los estados de Campeche y Yucatán. Allá eligió llamarse Ektor Zetta Ek Balam, pues balam es jaguar en lengua maya. Jaguar negro u oscuro.

Héctor Zetta pudo viajar a Europa por esos años, y residió en París, Francia, con contínuos viajes a Barcelona, España. Héctor era hermano dos años menor que aquél poeta célebre por haber creado el Movimiento Infrarrealista, Mario Santiago Papasquiaro, que en realidad se llamó José Alfredo Zendejas Pineda, fallecido en 1998, encontrado tirado en una avenida de la ciudad de México, atropellado por un camión urbano.

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Yo había sido amigo de Mario Santiago en 1981, y conviví momentos de locura poética y literaria en la capital de la república mexicana con éste gran personaje. Sin embargo, no volví a saber de él hasta cinco años después de su muerte, en 2003.

Para 2003, hurgando en internet, encontré una página llamada “Movimiento Infrarrealista” administrada por otro gran amigo, el poeta Edgar Altamirano, residente en Chilpancingo, Guerrero. De modo que envié correos electrónicos para conocer a los sobrevivientes del infrarrealismo y contarles algunas aventuras y ebriedades de mi amistad con Mario Santiago Papasquiaro.

Me contestaron que iban a estar en Morelia para una lectura de poemas, y les confirmé  que allá en Morelia nos encontraríamos. Fui a la capital michoacana y en efecto, empecé a conocer a los poetas que acompañaron a Mario a firmar el primer manifiesto del grupo, por allá de 1975. Estando en Morelia, los poetas no me conocían ni yo a ellos, de manera que íbamos presentándonos.

Un tipo de camisa negra, bajito, cara redonda y barba incipiente, me dijo yo soy Héctor, hermano de Mario Santiago. Dicho de paso, de los que leímos textos en Morelia, solo Héctor y yo no éramos infrarrealistas. Héctor era hermano y yo era amigo del creador del movimiento, Mario Santiago Papasquiaro. Me cayó a todo dar, y empezamos largas charlas de mis correrías con Papasquiaro en 1981. Coincidí con Edgar Altamirano, con Ramón Méndez Estrada (QEPD) y con Pedro Damián, un muy buen poeta que en ese tiempo era taxista en el DF. De los demás asistentes a Morelia, no tiene caso hablar, pues se portaron indiferentes y exclusivistas. Nadie los quiere. Son dizque divos y por supuesto, no tienen la mínima calidad creativa para autonombrarse infrarrealistas. Son del montón.

Poco después, en 2004, un amigo de Tepic, Marcos Herrera Amaral me sugirió traer poetas infras a Tepic. Se logró la visita de ocho de ellos. Ya mencioné a cuatro, Héctor, Edgar, Ramón y Pedro. Fuimos al auditorio del SPAUAN y de ahí, a media noche, al panteón para un homenaje a José Luis Rochín, (RIP 2003),  en su tumba. Seguí amistando mucho con Héctor. Platicábamos de todo. Se nos unían el difunto Ramón Méndez con su eterna locura ebria y brillante, y Edgar Altamirano el más cerebral. Marcos Herrera los llevó un día siguiente a la laguna de SAMAO, y todos felices.

Con el que más seguí comunicándome era con Héctor Zeta que vivía en Puebla. También con Edgar Altamirano. Ramón Méndez me invitó a leer en México y acudí a otros eventos con este grupo de enormes poetas, unos infras y otros no. En febrero de 2007, organicé un festival poético al que llamé “Jauja Revival”, en las ruinas de Jauja aquí en Tepic. Mis dos invitados fueron Héctor Zeta y Rebeca López, también ya fallecida en 2014, viuda de Mario Santiago Papasquiaro. Héctor leyó un poema que le compuso a Tepic, y que por desgracia no lo guardé en mis archivos. Era un declamador de voz estentórea y compositor de “poesía atroz”, como él gustaba de llamarle a su obra. Ahí leyó su ya clásico poema “Ruge París”.

Héctor se quedó en Tepic por diez días pagando sus gastos. Le encantó Nayarit. Se hospedó frente a la plaza principal, y solo recuerdo su gran admiración por las mujeres nayaritas. Decía que le dolía el pescuezo de voltear a un lado y a otro. Aquí escribió cartas y poemas, que luego publicaría en su página de internet. Me dolió despedirlo al aeropuerto para su regreso a Puebla. Pero seguíamos cruzando conversaciones por correo electrónico y luego por inbox de Facebook, casi hasta el día de su muerte, el pasado 18 de febrero, en que sufre un paro cardiaco.

La última ocasión que lo vi fue el sábado 16 de enero de este año 2016 en la ciudad de México. Acepté leer algo de mi poesía en un lugar llamado Uta Bar por insurgentes norte cerca de Buenavista. Lo encontré en la tarde, y para mi sorpresa, lo vi en silla de ruedas. Le habían amputado una pierna tras un desgraciado accidente cerca de Puebla. Lo hallé muy deprimido, platicándome su impotencia por no haberse todavía acostumbrado al uso de la silla de ruedas. Lo acompañaba un asistente que también le conducía un auto desde el que viajada de Puebla al DF cuando menos una vez por semana.

Tuvimos más de dos horas de diálogo efervescente, antes de que iniciara el “Tributo a Mario Santiago Papasquiaro” con la presencia de algunos jóvenes de poesía rebelde y pensamiento anarquista. Leímos y ya. Yo me retiré como a las nueve de la noche, tomé el metro y regresé a mi hospedaje por calle Madero. Me llevé mi tristeza de ver a mi gran amigo inmóvil de sus extremidades, comiendo muy poco y bebiéndose quizá la mitad de una cerveza.

Regresé a Tepic agradeciéndole la invitación y solo le mandé un mensaje a principios de febrero pasa saber cómo estaba, cómo seguía. No me contestó. Me fue imposible comunicarme con él y no insistí.

Y ándale, que me acabo de enterar que el 18 de febrero falleció de un paro cardiaco. Lo supe a través de una poetisa que estuvo en Uta Bar, Maya AlteHexe, en su muro de Facebook.

Para cerrar esta especie de esquela, les diré que cuando vino Luis Villoro a Tepic, y que pude abordarlo para una charla de 20 minutos en un café de los portales, dicha plática consistió en un documento del que le obsequié copias a Villoro, en donde Héctor Zeta me confiaba secretos de la vida de su hermano Mario Santiago Papasquiaro. Yo le dije a Villoro, tú vas a ser el biógrafo de Papasquiaro, me late. Y Villoro sin conocerme y yo sin conocerlo, me dedicó dos párrafos de su columna en el periódico Reforma. No hablamos de Nervo ni de nadie más. Hablamos de Mario Santiago Papasquiaro, hermano de mi amigo Héctor Zeta, y Villoro se llevó documentos que cambiarán muchas versiones del poeta Infrarrealista más famoso de las letras hispanas.

Que en paz descanse mi hermano, carnalito, parientes del demonio, Héctor Zendejas Pineda, guerrillero de las letras, escondido en un jaguar oscuro o negro del mayab.

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