EL REY DEL BARRIO

Véritas Liberabit Vos

Por Daniel Aceves Rodríguez

Era el México de la postguerra, la modernidad permeaba en las luminarias de los salones y lugares que iban adoptando una particularidad especial en un país que despegaba a una visión más cosmopolita de gustos y estereotipos acendrados en el espíritu de un progreso, años de la llegada al poder del civilismo que en la figura de Miguel Alemán se combinaba una visión más administrativa y económica para repuntar hacia un universo con una apertura internacional.

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Concordante con esta visión de cambio, una noche de vodevil debuta en el famoso Teatro Iris de la Capital un joven cómico provinciano portando una indumentaria totalmente contrastante con los fracks y levita de los actores de ese momento; pantalones holgados de amplias valencianas, saco ancho de enormes hombreras y solapas, reloj de leontina, zapato bicolor y un mítico sombrero  de ala ancha rematado con una regia pluma de pavorreal que acondiciona su atuendo, sus movimientos rítmicos, y hablando en un idioma que combinaba el español con términos poco convencionales de anglosajón en una pronunciación muy personal que a la postre se dio a llamar “spanglish” adherido a una mezcla de ingenio, perversión, ritmo y guturalidad que daban al personaje una innovación no vista hasta el momento en los escenarios de la gran Ciudad.

Había nacido la figura de Tin Tan, aquél joven que vio la primera luz en la Ciudad de México, pero que muy chico fue llevado junto a sus hermanos a Veracruz y a los 12 años de edad trasladado a la fronteriza Ciudad Juárez en Chihuahua, lugar que fue propicio para que Germán Genaro Cipriano Gómez Valdés Castillo abrevara todos los dichos, costumbres, modismos y actitudes de aquellos mexicanos que de ser inmigrantes tenían ya una cierta influencia norteamericana pero con una base nacional incólume, eran los “pachucos” quintaescencia del mexicano trashumante que en su modo de vestir con una elegancia más exótica, influencia parcial de las comunidades de color y un léxico plagado de modismos como el: tenquiú, oqueí, sherap, wan momen plis, am sorry, áiscrim, may darling, y otras expresiones más que fincaron la figura de este gran cómico, uno de los comediantes más completos de la época de oro del cine nacional, y de la innovación en la frándula histriónica.

Germán junto a sus hermanos, Ramón, Manuel, Antonio Y Guadalupe recorrían las calles de Ciudad Juárez una pundonorosa ciudad llena de variantes, donde el inquieto Germán fue ayudante de sastre, guía de turistas, office boy, personal de aseo, su gusto por la imitación le valió el ser invitado a la estación XEJ de Pedro Meneses de Hoyos para hacer la voz del gran Flaco de Oro Agustín Lara, ganándose la oportunidad de participar como locutor y después poder conducir su programa propio llamado “El Barco de la Ilusión”.

Hasta allá llegó la Caravana de Paco Miller con su pléyade de actores que en el México de aquellos años llevaban la cultura y diversión a todos los rincones del país, por cuestiones fortuitas de una necesidad de suplir a un comediante; Germán, en aquel tiempo conocido como ”La Chiva”, “El Pachuco Topillo” o “Topillo Tapas “ fue invitado para ello, su controversial e innovador estilo llenó el ojo de aquel promotor artístico que vio en él a ese personaje que derrocharía estilo y prosapia  dando vida al ícono que se bautizaría definitivamente como Tin Tan.

Su llegada a la capital fue todo un choque cuasi cultural donde no era tan fácil romper cartabones que se negaban a introducir cambios en un Siglo XX que había dejado atrás el revolucionarismo y lo trocaba por una apertura hacia lo exterior, lo innovador de las vestimentas que estilaban  una clase social un tanto incomprendida y vituperada, la deformación del idioma y la crítica a un halo de obscenidad hacia el doble sentido y a la parafernalia de ser rodeado de vedettes de la época que para el momento enseñaban coquetamente algo más que la pantorrilla.

Sorteando esta primera embestida de los medios de comunicación y la crítica pueril, la figura de Tin Tan emergió con una fuerza desmedida que lo catapultó en la pantalla grande donde debutó en 1943 con una breve participación en Hotel de Verano, siendo ya su primer papel protagónico en 1945 con El Hijo Desobediente, al que siguieron Músico, Poeta y Loco, Calabacitas Tiernas, El Rey del Barrio (épica cinta al lado de Silvia Pinal, Tongolele, La Vitola, Joaquín García Borolas, Roberto Cobo, Ramón Valdés y su inseparable carnal Marcelo), Simbad el Mareado, El Revoltoso, El Ceniciento y muchas películas más que encuadran su gran trayectoria cinematográfica siempre al lado de bellas actrices con inigualables interpretaciones musicales y de baile que quedan para la posteridad en una comicidad que en aquellos tiempos pudo parecer de alto tono pero que hoy son de un extremo color rosa.

Con su timbre de voz grabó canciones donde por su inigualable estilo se definen como interpretaciones únicas: Bonita, Quién Será, Piel Canela, Contigo, La Gloria eres tú; no se puede dejar atrás las canciones chuscas como El Panadero y Cantando en el Baño, este inigualable tono lo internacionalizó aún más al doblar para los Estudios Disney las voces del leal y gracioso Oso Balú en el Libro de la Selva y el apuesto y arrojado Gato O Malley en la Película Los Aristogatos, que no serían lo mismo sin la voz, el embrujo y la chispa de Tin Tan.

Fiel ejemplo de esa época dorada de nuestro cine tan afamada y llena de talentos como los Hermanos Soler, Pedro Infante, Joaquín Pardavé, Cantinflas, Pedro Armendáriz, Dolores del Río, María Félix, El Santo, Silvia Pinal y tantos más que hicieron brillar a México en el mundo entero; donde orgullosamente pertenece este cómico innovador cuya estrella dejo de brillar un 29 de junio de 1973 dejando un legado de talento y profesionalismo que podemos disfrutar cada que veamos una de sus películas o escuchemos una de sus interpretaciones. Allá en la frontera, detrás de uno de los costados del Mercado Juárez cerca de la calle (llamada Cerrada del Teatro por donde vivió la familia en los años mozos) se erigió una estatua del gran Pachuco, con su indudable pose y garbo, recuerdo postrer a su legado artístico y a su lucha por reconocer los derechos de los mexicanos que por situaciones diversas viven en “el otro lado” pero que conservan su amor por México

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