Entre el destino, el amor, libertadores y tiranos

Realidad y ficción, simples coincidencias

¿Se ha preguntado si somos realmente libres? ¿Es usted dueño de sí mismo y de las decisiones que toma día con día? Cuando compra un pantalón en una tienda departamental, cuando vota por determinado candidato, cuando decide qué película ver, ¿en serio está ejerciendo su libre albedrío?

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Pensar que algo está bien o mal no es producto de la razón, sino de una causalidad. Si usted lee a John Locke, David Hume, Marc D. Hauser y muchos más, encontrará que sus reflexiones se inclinan a sostener que en nuestra vida, en los hechos diarios, en nuestra conducta, tanto interna como externa, existe una suerte de condicionamiento inicial: causalismo o determinismo. ¿Sabe usted por quién va votar en las siguientes elecciones? ¿En serio cree que su voto será producto de la razón? Incluso, las personas de las que se enamora, ¿tiene un perfil parecido verdad? En serio cree que usted es libre de enamorarse de cualquier persona. ¡Hay algo en él o en ella que no sé qué! –Solemos decir. ¿Parece que existe el destino verdad?

¿En serio cree que al votar por el PAN, PRI o MORENA usted elige de manera racional y consciente?

Déjeme decirle que toda concepción de las cosas o de la realidad depende de otra, lógicamente viene precedida o deriva de una cadena material o abstracta, es decir, de un hecho, de un pensamiento, de una impresión o imagen precedente.

Veamos esto desde una visión más práctica. Si usted se considera una persona liberal, no es porque la razón lo determine así, sino por condiciones originales suficientes que provocan que usted vea, conozca, entienda y comprenda las cosas de determinada manera. Lo mismo sucede con los conservadores, sin embargo, dicho calificativo es una mera ilusión, porque todo conservador de este tiempo fue preso de un antecedente. Por ello no se debe confundir, pues todo liberal es esclavo de su propio pensamiento, y a la vez opresor de la opinión de los demás. El liberal es opresor cuando termina imponiendo su verdad; entonces, el conservador se convierte en disidente.

En meses pasados vimos como tacharon a los defensores del matrimonio clásico como homofóbicos, represores y no sé cuántas cosas más; a diario vemos y leemos como califican de ignorantes a personas que votan o son militantes de terminado partido; sin embargo caemos en el mismo error que la iglesia ha cometido desde hace siglos, intentar dictar cómo debe ser la conducta de los demás, aunque ésta se encuentre en la esfera íntima o privada. Cuando alguien disiente de nosotros le asignamos adjetivos, pero ello no ayuda al debate, por el contrario, lo limita y lo reprime, porque se utiliza un tema políticamente correcto para limitar o reprimir la expresión de las ideas.

Los liberales deben tener mucho cuidado en no convertirse en tiranos. Y lo digo así porque no todo revolucionario es liberal. En este último, por ejemplo, el objetivo es liberar pero no imponer una idea propia; el revolucionario, por el contrario, libera para imponer sus propias ideas. Así lo demuestra la historia desde Moisés, Constantino hasta Fidel Castro, sin olvidar al Chavismo de Venezuela. En todos ellos vemos una constante: liberan de unas cadenas para imponer otras.

Noam Chomsky explica de manera brillante cómo los países y los grupos, dueños de las cosas, condicionan las circunstancias económicas y sociales de una gran cantidad de pueblos, como si fueran los dueños de las casas de juego, desde un sentido figurado. Por lo que la próxima vez que vaya a decorar su casa, a comprar vestimenta, a elegir la escuela de sus hijos etc., reflexione si dicho acto es realmente libre o está sujeto a condiciones precedentes; si lo hace, entonces comprenderá que tanto el que está a favor del matrimonio clásico, así como aquellos que lo están de un candidato o de un partido político, como los que nos pronunciamos a favor de una idea, estamos afectados por condiciones originales que nos hacen inclinarnos por una u otra postura; pero cualquier postura es insuficiente para descalificar la opinión de los demás, porque ambas conductas, ya sea rechazar a los que rechazan, o no tolerar a los intolerantes también es reprimir las ideas de los demás y son igual de reprochables y discriminatorias como lo que señalamos.

No podemos pues, bajo pretexto de tener la razón y la moral, reprimir las ideas ajenas, porque tanto las nuestras como aquellas que parecen irracionales ante nuestros ojos, no son más que condicionamientos que provocan la concepción de realidades aparentes, en la que adaptamos la razón a la realidad que queremos imponer, pues como lo dice Ortega Y Gasset, “YO soy yo y mi circunstancia”, pero ésta no debe determinar o imponerse en los demás.

Por ello, el considerar tener la razón no concede y jamás deberá entenderse como un derecho a imponer nuestras ideas, porque la razón que libera ahora, será la que reprima mañana.

Por último, si la razón se impone al escoger a su pareja, usted es producto del materialismo; si por el contrario elige a alguien por amor o por lo que usted conoce como instinto, usted no controla sus pasiones. Las dos concepciones están tan mal como pueden estar bien, pero al menos la segunda es un error inconsciente, pues en la primera, usted será infeliz por una aparente voluntad propia.

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