FESTIVAL DE LA VIDA

Por Daniel Aceves Rodríguez

Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte,

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Contemplando, `cómo se pasa la vida,

 Cómo se viene la muerte, tan callando…

Cuán presto se va el placer,

Cómo después de acordado da dolor.

Cómo a nuestro parecer

Cualquier tiempo pasado fue mejor…”.

                                                                         Jorge Manrique

La muerte es el paso definitivo de esta vida terrenal a la vida eterna, tal como se señala en el catecismo de la Iglesia Católica en los novísimos o postrimerías, que son La Muerte, El Juicio, El Infierno y La Gloria, estos dos últimos ilustrados con maestría en la novela literaria de Dante Alighieri “La Divina Comedia” donde el autor es conducido en un viaje ilustrativo a cada uno de los círculos que forman estos lugares describiéndolos de forma por demás impactante.

Pues bien hablando del primero de ellos, o sea La Muerte más allá de conceptos metafísicos o escatológicos, podemos decir metafóricamente que una persona puede tener dos muertes, aquella muerte física que es el momento en que ya no está más con nosotros, pero sigue viva en su recuerdo, espiritualmente está presente y es mencionada en pláticas familiares, se le conmemora su aniversario, cumpleaños, etcétera, la otra muerte, es la muerte definitiva, la más triste, es cuando ya nadie se acuerda de ella y ahora si pasa  a formar parte de un lugar más entre los difuntos.

Por esa razón la cultura del mexicano ha sido motivo de reconocimiento y estudio referente a la forma en que toma el concepto de muerte donde más que un tono de tragedia la convierte en una mezcla sincrética de religión y paganismo transformándola en una algarada festiva llena de colores, olores y sabores que hacen ver que algo tan inevitable como es este momento de todo viviente puede convertirse en una sincronía de sensaciones variopintas que hacen reflexionar  sobre la trascendencia de la muerte pero también, en la dicha de estar vivo y poder jugar burlonamente, reírse de ella, acercarse al umbral que separa lo eterno de lo terrenal y muy al estilo nuestro, probar un poco de esa pequeña muerte que llevamos todos en cada instante de nuestra diaria vida.

No es de extrañar que Hollywood se haya interesado con la ya conocida película Coco de los famosos y galardonados estudios Pixar y distribuida por la no menos reconocida Walt Disney Pictures, que han llevado a la pantalla con toda la tecnología actual un bello trozo de la cultura nacional promocionando nuestro folclore de Día de Muertos en toda su filosofía y colorido que esta tiene y que es única en el mundo. Realmente es de orgullo que esta película pueda mostrar primeramente a todos los niños del mundo y por ende a los adultos esa cosmovisión que tenemos los mexicanos referente al significado de la muerte y se contagien de la magia tan propia que nuestra patria tiene en su cultura.

Ilustrando esta bella tradición entresaco ideas plasmadas en un hermoso cuento de Armando Fuentes Aguirre titulado “Día de Difuntos” donde nos narra lo siguiente:

“Érase un hombre viudo que tenía una única hija, en flor de la edad, de belleza y hermosura, esta muchacha enfermó de gravedad y en pocos días murió en los brazos de su padre dejándolo en tremendo desconsuelo, y su ausencia y pena la trato de aliviar con alcohol, pues sentía que este le apagaba las brasas del dolor que le dejaba el recuerdo de su hija fallecida.

Llego el  día de difuntos y los vecinos de ese pueblo (un pueblo chico) pusieron su altar de muertos donde recordaban a su ser querido, colocaron el retrato del finado, con cosas que en vida usó, comida de su gusto, la bebida que solía tomar, flores, incienso. El hombre aquel no puso altar, no quería recordar a su hija, ya que su recuerdo le oprimía el alma, mejor se dedicó a tomar más de la cuenta hasta quedarse dormido.

Dormía la borrachera cuando escucho truenos y movimiento, era ya de noche, saltó de su  camastro y se asomó a la ventana, ahí pudo ver que una procesión de sombras venían en camino y pasarían frente a su casa, observo azorado a hombres y mujeres envueltos en mortajas y sudarios que cantaban con alegría, todos cargando dones y regalos, un hombre llevaba una botella de mezcal, una mujer un plato con un guiso de pollo y arroz, un niño una pelota que estrechaba ilusionado en sus brazos. Al hombre las brumas de la ebriedad se le habían disipado y pudo entender que aquella procesión era un desfile de difuntos. Eran las almas que habían ido a recoger las ofrendas que sus deudos dejaron esa noche en el altar que les dedicaron.

Al final separada de la fila venía una sombra solitaria, no iba cantando como los demás: lloraba tristemente y sus gemidos eran un llanto continuo, el hombre la vio bien, aquella sombra era su hija, en vez de dones llevaba en sus manos un montón de cenizas apagadas, al pasar  le lanzó una mirada  dolorida a su padre, como un reproche silencioso, y era que nadie había hecho un altar para ella.

Ese culto es en verdad la negación de la muerte: los muertos siguen vivos, participan de nuestro mundo y de nuestra vida, están con nosotros aunque  no estén ya con nosotros, viven aunque hayan muerto.

Las ofrendas a los muertos, entonces, son ofrendas a los vivos, más aún a la vida. Esos altares encubren una profunda fe en la inmortalidad, no solo del espíritu, sino también de la materia, la muerte no acaba con la vida, esta vuelve, regresa siempre a seguir viviendo. Nuestra festividad no es pues como dice el autor (Fuentes Aguirre) un culto a la muerte, esta celebración de México es un culto a la vida y a su eternidad”.

¡Vivamos orgullosamente nuestras tradiciones! Y sintámonos agraciados de contar con una vasta cultura que trasciende las fronteras de muchas maneras, imbuidos de nuestra multicolor forma de ver ese paso a la eternidad que es la Muerte, convertido para el mexicano como Un Festival de la Vida.

 Y si ya hemos hablado de películas alusivas, no podemos perdernos la que a mi parecer  es la más significativa que nuestra cinematografía, me refiero a la cinta  “Macario” (1960) del Director Roberto Gavaldón y la excelente actuación de Ignacio López Tarso que nos da una muestra de la esencia mexicana de tal festividad, con su sentido escatológico en su trama, su excelsa fotografía cuajada de paisajes y detalles típicos, así como las costumbres arraigadas propias de nuestra nacionalidad, orgullosamente única.

Referencias:

Poema “Coplas a la muerte de su padre”; Jorge Manrique

Relato “Día de Difuntos” Armando Fuentes Aguirre

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