Enseñarnos a ser humildes no nos quita valor, por el contrario nos destaca entre los demás
Desde niños nos enseñan algunas cosas tan básicas como saludar, pedir un favor y dar las gracias, sin embargo en muy pocos hogares nos dicen con sinceridad las condiciones en las que nos encontramos, pues para nadie es un secreto que no todos nacimos en cuna de oro y que el estilo de vida que nos han brindado nuestros padres ha sido el resultado de la lucha constante por surgir, por lo tanto resulta muy importante que todos tengamos muy claras nuestras raíces ya que desde ahí es que empezamos a ser verdaderos seres humanos, desde el momento en que valoramos el campo que cultivaron nuestros abuelos hasta la enorme empresa que hayan creado nuestros padres.
Enseñarnos a ser humildes no nos quita valor, por el contrario nos destaca entre los demás, pues no todos son capaces de mostrar con orgullo que han podido llegar lejos con mucho esfuerzo y no gracias al dinero conseguido con facilidad. Por todo lo anterior es bueno que desde sus primeros años hagamos una buena labor con los más pequeños y los acostumbremos a vivir “con un poco de hambre y un poco de frío”, para que así entiendan que la vida no es un trayecto fácil, pero que si se trabaja duro, con actitud y honestidad todo valdrá la pena.
Y aunque es difícil porque los padres siempre queremos darle todo a nuestros hijos, hay que ver las cosas desde un punto de vista más lógico, pues “si desde el principio atajamos, más adelante no tendremos que estar arriando”.
La humildad del corazón nos hace grandes, tan grandes como para entender que hay personas de pocas oportunidades que merecen nuestro apoyo, tan grandes como para valorar la vida, tan grandes como para tener claro que ser íntegros y leales tiene más valor que cualquier empresa, que cualquier objeto, que cualquier dinero.