Simples Deducciones
“No me lo creía, no me cabía en la cabeza, pensé que todo era un error, que no era posible, no entendía por qué mi hijo haría eso, fue la mañana más horrible de mi vida”, le cuesta trabajo seguir hablando, yo paso saliva y le pregunto sí quiere que nos detengamos, ella toma un vaso de una pequeña mesa que tiene justo enfrente y que es lo que nos separa, ingiere agua, suspira y continúa.
Sus ojos están llenos de recuerdos, “nunca te recuperas de perder un hijo, y saber que en parte fui responsable de su decisión es algo que me duele más; es difícil sabes, hoy que voy a terapia lo he entendido, a veces uno sabe de las cosas y como dicen descuidamos lo que sí es importante, no nos percatamos de los problemas que tenía, de lo que sufría y eso me duele mucho”, me dice Cristina cuando se detiene a limpiarse las lágrimas de sus ojos, desconcertada, con voz quebradiza; su hijo de 22 años se suicidó hace algunos meses, “me dicen que no somos culpables pero esa sensación es algo que creo, la voy a cargar toda la vida”, continúa relatándome.
Me cuesta trabajo seguir con la charla, pensar en su sufrimiento me hace un nudo en la garganta, me lastima, pero creo que las razones que le di a Cristina son ciertas, entre más personas sepan cómo se dan estas tragedias hay más posibilidades de prevenirlas, y ella, aún con su herida abierta, concuerda conmigo. Los datos de este 2016 no mienten, casi 80 nayaritas se han suicidado, personas de todas las edades que no soportaron soledad, falta de dinero, la ausencia de un familiar, el adiós de la pareja y decidieron dar fin a su vida; Daniel es uno de ellos, “se supone que los hijos son quienes deben ver morir a sus padres, no nosotros a nuestros hijos, yo creo que es el dolor más grande que hay en la vida”, señala una madre afligida de menos de 45 años, que vive en una comunidad rural en nuestro estado.
Actualmente ella y su hija van a terapia psicológica, su esposo se ha mantenido firme a su idea, “los psicólogos no sirven de nada”, y ha afrontado su tragedia de manera individual. Esta será una Navidad difícil para Cristina, su esposo y su hija de 16 años, habrá una silla vacía en la cena de fin de año, un regalo menos que compartir y un abrazo que no será físico, sino con el alma; la partida de Daniel les duele, les parte el corazón y la forma en qué se fue, lacera el espíritu más.
“Mi hijo se suicidó, una madrugada decidió que ya no quería vivir, yo sabía que tenía algunos problemas pero no de gravedad, no me había contado nada él y yo ya casi no le preguntaba nada, mi hija algo había comentado pero no sabía bien qué pasaba; éramos muy cercanos, él siempre me contaba muchas cosas pero de un tiempo para acá fue menos, yo lo regañaba y él ya no me hacía caso, salía más y tomaba con sus amigos, no los culpo de nada a ellos, yo descuide a mi hijo pero no sé cómo fue, es algo que no puedo explicar”.
Cristina recibe una llamada, su esposo le avisa que él y su hija llegarán antes a comer, luego de colgar ella me dice, aún con lágrimas en los ojos, “sabes con mi hija no me va a pasar, ese es mi mayor miedo, por eso también la estoy llevando al psicólogo, Óscar (su esposo) no quería, pero yo sé que ella estaba mal también, ya va para un año lo de Daniel pero no está mal que apenas hayamos empezado a ir; si nos está ayudando, mi esposo no quiere ir pero hablamos mucho de lo que a mí me dice la doctora, a veces pienso que no me ayuda porque no me deja de doler pero sí, mi hija está más tranquila, yo he aprendido muchas cosas, ella me ha dicho que no fue nuestra culpa”.
Durante la charla Cristina me cuenta un poco más de su hijo, los ojos le brillan, habla con orgullo de él; Daniel se dedicaba al trabajo de campo, pese a que sus padres le dijeron que harían lo necesario para solventarle los gastos de la universidad él no quiso, decidió trabajar, tenía ya unos años así; tenía su propia camioneta a base de esfuerzo y hasta cierto punto él parecía contento. Todo parece indicar que las causas del suicidio de Daniel son multifactoriales, previo a su acción había terminado con su pareja sentimental, tuvo conflictos con su papá y su mejor amigo se había ido del país, al parecer todo se le juntó.
“Su amigo de siempre, desde la infancia, se fue a Estados Unidos, batalló mucho para pasar, estuvo días sin que supieran algo de él, su familia, Óscar y yo no dejamos ir a Daniel, era peligroso, discutió con su papá y habló conmigo pero yo le dije lo mismo; con su novia seguido terminaba pero regresaban, aunque ya al final fue definitivo. Él empezó a juntarse más con otros muchachos, tomaba más pero yo pensé que era normal, él no me decía nada; la psicóloga me dice que no somos padres malos, que esto pasa muchas veces, que tenemos que afrontarlo, pero créeme con mi hija soy más apegada, y Óscar también, él siempre ha sido cercano con ella pero ahora más”.
Cristina evoca la infancia de Daniel y los ojos se le llenan de luz, dice que ha soñado que él llega al mediodía a comer y entonces, entonces pierde la voz y se lleva la mano al corazón, no puede más, llora y aprieta con su otra mano un cojín. Me es imposible seguir platicando, la abrazo y le doy las gracias por los minutos que me brindó, llevo la firme idea de vigilar el comportamiento de mis seres queridos, de notar signos de alarma y de prestarles mi atención y ayuda, Cristina me ha contagiado su dolor, llego a casa y abrazo a cada uno de los que están ahí, le doy gracias a Dios que esta navidad tendré lo más valioso que hay en la vida, mi familia y comprendo que nada, ni el mejor carro, ni la casa más lujosa se compara con la irrefrenable alegría de sentarnos todos a la mesa y compartir nuestras risas y bromas, por hoy no me falta nada, mi familia lo es todo. Mándame tus comentarios, dudas y sugerencias a mi página de Facebook Juan Félix Chávez Flores o a mi correo juanfechavez@gmail.com