LA MAGIA DE LA ORATORIA

Por Daniel Aceves Rodríguez

«¿Hasta cuándo Catilina abusarás de nuestra paciencia?, ¡Pero el criminal aún vive! ¿Vive? ¡Sí, vive! y hasta se atreve a venir con arrogancia ante este Senado, tomando parte en sus deliberaciones públicas y señalándonos uno a uno con sus odiosas miradas, condenándonos a morir asesinados», las siguientes líneas corresponden a una de las piezas más importantes y conocidas del arte de la Oratoria clásica, me refiero a la primera de las cuatro Catilinarias o discursos emitidos ante el Senado por Marco Tulio Cicerón entre noviembre y diciembre del año 63 antes de Cristo y que es de ensayo obligado en cualquier curso o programa de Oratoria vigente hasta nuestros días.

Publicidad

Por Oratoria entendemos el arte de hablar con elocuencia, y se diferencia de otros estilos como la poesía o la narrativa en que su principal propósito es ser persuasivo, esta finalidad de persuadir la hace especial y sumamente atrayente ya que su objetivo es convencer a otros de algo, mover con las razones que uno expresa oralmente, se induce, se obliga a otros a creer o a hacer una cosa, cambiar las emociones de sus oyentes, lo que en aquellos tiempos se conocía como quiritas o ciudadanos a quienes se destinaban los primeros trozos de refinada y emotiva forma del buen decir.

Podemos encontrar que este género nace en Sicilia y de ahí se traslada y se desarrolla de una manera más especial en la Grecia antigua cuna de los grandes filósofos donde su dominio fue considerado como base fundamental para obtener prestigio y sobre todo poder político, no es casualidad que la Dialéctica y Retórica sustento principal de esta disciplina fueran materias fundamentales en el llamado Trivium o los tres caminos que agrupaban las disciplinas relacionadas con la elocuencia junto a la gramática y que con las materias de Quadrivium (matemáticas, geometría, astronomía y música) formaban las siete artes liberales que posteriormente fueron la cimiente de las escuelas monásticas y cardenalicias de la Alta Edad Media.

En Grecia son destacados los personajes como Lisias o el célebre Demóstenes, de ahí su empleo y desarrollo pasó a la gran Roma Imperial donde destaca el autor de la obra con la que inicio este artículo, Marco Tulio Cicerón ( abogado, cónsul, poeta, político) quién perfeccionó este arte y la llevó a ser la mejor arma política en el siglo I antes de Cristo, un defensor a ultranza de Roma a quién defendió no importando poner en peligro su vida; la autora británica Taylor Cadwell en su épica obra «La Columna de Hierro» escrita en 1965 nos narra la vida de este polifacético personaje, llevándonos de una manera amena describiendo la situación política y social que versaba en esos momentos en la república romana las convulsiones y los altibajos unidos en torno a pasiones y ambiciones entre el paganismo y la idea de Nación y Derecho.

En esta obra la autora nos sitúa como se gesta una amistad entre Cicerón y Julio César que siendo más chico que él se ve acosado este último por mofas e insultos incluso golpes por parte de otro chico llamado Lucio Sergio Catilina el cual era temido por la mayoría de los muchachos de su edad; hastiado de las burlas a su amigo, Cicerón no duda en una ocasión de ordenarle a gritos que dejara en paz a su compañero y al no encontrar respuesta se abalanza contra aquél abusivo joven y ante el asombro de todos los presentes lo vence a golpes no importando las diferencias de complexión y valentía.

Esta acción hace ganar el respeto de todos pero en particular de Julio Cesar que le agradece y brinda su amistad; el destino volverá a juntar a Cicerón y Catilina esta vez en dos procesos electorales llegar a ser Cónsul de Roma, venciendo nuevamente Cicerón a Catilina en ambos eventos, situación que no pasó desapercibida para ir generando un encono mucho mayor entre ambos, Cicerón opta por la carrera de Abogado, Catilina el de militar, ambos prestigiados, el primero considerado uno de los más grandes abogados y oradores, el segundo un prestigioso General del Imperio Romano.

El sino los vuelve a poner uno frente a otro cuando es descubierta una conspiración en contra de la República para derrocar al actual Emperador y hacerse del poder a la fuerza, las furtivas sombras que emanaban sobre el origen de la conspiración daban como origen al viejo enemigo de Cicerón y asiduo visitante del Senado que le había abierto las puertas por la influencia de su fuerza en batalla.

La estentórea voz de Cicerón aunado a su elocuencia menester a una fina y acalorada oratoria permiten que en las paredes del Senado resuenen las acusatorias palabras que desenmascaran el ruin accionar de Catilina que no deja de seguir siendo aquel personaje de dura cerviz y engolada ambición que queda al descubierto por ese magnífico y apoteótico discurso que ha pasado a la historia como Las Catilinarias de Cicerón.

Han pasado ya más de dos mil años y aún pareciese que las columnas de aquel edificio romano se vuelven a cimbrar cuando en algún curso de Oratoria se repiten esas palatinas frases pronunciadas por algún emulo de aquel romano que sentó las bases de un arte que debería de promoverse de manera mucho más activa en los planes y programas de estudio de nuestra formación académica.

«Oh tiempos, oh costumbres… ¿Cuánto más esa locura tuya seguirá burlándose de nosotros? ¿A qué fin se arrojará tu irrefrenable osadía?

Publicidad