Lozada
Manuel Lozada nace en 1828, o sea que tenía 25 años en 1853, cuando su nombre apareció en los informes militares. Se da a conocer como temible bandido. No se sabe nada cierto de su juventud, sino que pertenece a una familia del pueblo de San Luis (hoy de Lozada), el pueblo que tenía un viejo pleito con la hacienda de Mojarras. Parece que Lozada se fue al monte, precisamente por traer pleito personal con la misma hacienda. Es muy difícil distinguir entre bandolerismo y resistencia armada legítima, porque las autoridades no nos hablan más que de “ladrones” o de “bandidos” y de los “espantosos crímenes que se cometen diariamente por aquella horda de bandoleros”.
No cabe duda que Lozada y su gente eran feroces. Años más tarde, cuando él era ya una autoridad reconocida, algo disciplinó a sus tropas, pero en esos primeros años andaba a salto de mata. Sin embargo, rápidamente pasó a representar a los pueblos agraviados y a los serranos, que volvían a tomar el camino de la guerra, tan conocido por sus antepasados. Por un lado, Lozada anuncia las luchas agrarias del siglo XX; por el otro, resucita las guerras del siglo XVI. Tardarán 20 años en acabar con él y 30 en volver a pacificar el Gran Nayar.
Lozada se vuelve importante cuando el pleito (1855-1856) entre los Barrón y los Castaños se complica con la guerra civil nacional entre liberales y conservadores. De repente Lozada dejó de ser un “bandido” al aliarse con una importante y vieja familia de Tepic, los Rivas, amigos de los Barrón. Les prestaba su fuerza militar a cambio de dinero para armar y pagar a sus soldados, quienes ya no tenían que robar para vivir. Como guerrilleros, Lozada y sus compañeros eran insuperables, y nadie pudo con ellos mientras permanecieron unidos.
Negociador
En 1857 Lozada se lanzó en favor de los conservadores, en 1862 tomó Tepic y se declaró partidario de la Intervención francesa y el Imperio; cuando adivinó que éste se hallaba condenado, se retiró de la pelea y afirmó su neutralidad; supo ganarse la buena voluntad de Benito Juárez, en 1867, en el momento en que todos los liberales, el estado de Jalisco y Ramón Corona —su enemigo de siempre— pedían que se acabara militarmente con él. Hubo que esperar la muerte de Juárez para que, por fin, en 1873 estallara la última gran guerra contra él, la que lo llevó a su derrota y a su muerte.
No le importaba el partido en el poder, liberales o conservadores, República o Imperio: le importaba vencer, guardar el control absoluto sobre la región para imponer su autoridad. ¿Por qué esa voluntad terca de autonomía? Según algunos porque era un tirano déspota; según otros no era más que un títere manipulado por los conservadores de Tepic y por la Casa Barrón and Forbes. Olvidan que chocó con éstos cuando afectó sus intereses, concretamente sus haciendas. ¡Ahí está! Lozada peleó tercamente la posesión de la tierra y la defensa de la sociedad pueblerina concebida como una gran familia, o como una sociedad de “Pueblos Unidos”, trató de unificar cada pueblo y de establecer la concordia entre los pueblos para unificar la región alrededor de la ciudad de Tepic.
“Mi parecer —dijo— es que los pueblos entren en posesión de los terrenos que justamente les pertenecen con arreglo a sus títulos para que se convenzan el gobierno y los demás pueblos del país de que, si se dio un paso violento, no fue para usurpar lo ajeno, sino para recobrar la propiedad usurpada, de manera que el fin justifica los medios.”
Lozada supo utilizar a los serranos para movilizar a los campesinos abajeños dependientes de las haciendas. Las tribus guerreras no habían perdido sus tierras, pero seguían en su modo de vivir antiguo y habían recobrado su independencia con el fin de las misiones; por otra parte, a mucha gente de abajo le hubiera gustado recobrar sus tierras, pero no sabían ni podían pelearlas. Lozada, con sus serranos, les enseñó cómo, y por eso tuvo tanta fuerza.
Cuando Manuel Lozada se dio cuenta de que la cosa venía en serio, optó por jugársela y tomó la delantera. Juntó 6 000 hombres y se lanzó a la conquista de Jalisco. Por poco y le resultó el golpe: en unos días de marcha forzada sus bandas salieron de Tepic, cruzaron las barrancas y tomaron Tequila, Etzatlán y La Magdalena. En la Mojonera, o sea a unas horas a pie de Guadalajara, el general Ramón Corona cerró a duras penas el paso al ejército de Lozada, que se desbandó. Después, lenta y prudentemente, el ejército federal pasó a la ofensiva, que duró seis meses, hasta la captura y fusilamiento de Lozada, en la Loma de los Metates, lugar situado junto a Tepic. Antes de recibir la descarga dijo: “Soldados, vais a presenciar mi muerte que ha sido mandada por el gobierno y que así lo habrá querido Dios; no me arrepiento de lo que he hecho. Mi intención era procurar el bien de los pueblos. Adiós Distrito de Tepic. ¡Muero como hombre!” Tenía 45 años.
(Con datos de Jean Meyer)