Papa Francisco en Irak

El Papa acierta al llevar a Oriente Próximo el mensaje de la unidad de las religiones contra el fanatismo

La visita de Francisco a Irak constituye un acierto por tres razones: supone un apoyo rotundo a la institucionalidad de un país clave en la estabilidad de Oriente Próximo que vive una complicada situación interna desde la devastadora invasión estadounidense de 2003, tiende importantes puentes con la rama chií del islam y reclama la defensa de las minorías, en este caso de una de las comunidades cristianas más antiguas del mundo diezmada en los últimos años y que ha sufrido una violenta persecución especialmente a manos del Estado Islámico. En un gesto valiente y contra numerosas recomendaciones, basadas sobre todo en cuestiones de seguridad, Bergoglio ha convertido en un empeño personal cumplir con un proyecto que ya intentó Juan Pablo II en 1999, un viaje que entonces incomodaba tanto a EE UU como al régimen de Sadam Husein. Francisco se ha negado a suspender una gira caracterizada por un amplio programa, previamente anunciado, por toda la geografía del país y con importantes actos no solo de carácter religioso, sino también político. Su visita, la primera del Papa al extranjero desde el inicio de la pandemia, da al Gobierno iraquí un importante balón de oxígeno tanto en el plano interno como en lo que respecta a su relevancia regional.

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En este contexto, la reunión mantenida ayer con la máxima autoridad chií, el gran ayatolá Ali Sistani, trasciende el mero simbolismo. El chiísmo no solo es mayoritario en Irak, sino también en Irán; y el encuentro supone la apertura de un canal de comunicación al más alto nivel con una rama del islam que desde la revolución iraní de 1979 no ha tenido buenas relaciones con Occidente. El frente común de todas las religiones contra el extremismo que promueve Francisco podrá ser considerado por algunos como un ejercicio retórico bienintencionado, pero lo cierto es que Bergoglio está alcanzando a líderes de muy difícil acceso. Es precisamente ese extremismo el que convirtió Mosul, bajo el Estado Islámico, en símbolo de la persecución religiosa. Su presencia hoy en esa ciudad es otro símbolo: el de la derrota del fanatismo.

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