Siglos de corrupción en México

La verdad… sea dicha

“El primer signo de la corrupción en una sociedad que todavía está viva es que el fin justifica los medios”

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Georges Bernanos

Negra la suerte de los mexicanos que ancestralmente hemos vivido inmersos en el mundo de la corrupción, desde los tiempos en que los españoles llegaron para conquistar al pueblo Azteca. Dicen los historiadores que la cadena de corruptelas se engendró cuando la famosa Malinche sirvió de intérprete a Hernán Cortes, quien la volvió su amante, y así con una aliada tan inteligente logró doblegar a los indígenas. Los siglos pasaron, los gobiernos se instauraron, pero la corrupción ha permanecido haciéndose cada vez más grande entre los sectores políticos, económicos y sociales de la nación. Stephen D. Morris, en su definición de corrupción, ha señalado: “La corrupción es el uso ilegal del poder público para el beneficio privado”, luego lo sintetizaría como el uso arbitrario del poder. La verdad, en mi opinión, amable lector, la corrupción no es otra cosa que el resultado de una sociedad desorganizada, el fondo del problema no está en la inefable conducta delictiva, está en el sistema y la estructura que se ha desarrollado en los gobiernos, donde existen las grietas que permiten las marometas ilegales; en el recuento de los daños cabe recordar que los malos servidores públicos también son ciudadanos.

Un ejemplo que expone el tema de la corrupción en toda su expresión, se presentó en el sexenio del Ex Presidente, José López Portillo, cuando de 1976 y hasta 1982 México vivió una etapa donde una pandilla de pillos no sólo se apoderó de los espacios gubernamentales, de las arcas públicas, sino que se dedicaron a infringir la ley abusando del poder en contra de millones de mexicanos; desde entonces la reputación de políticos, presidentes, gobernadores, diputados, senadores, y alcaldes municipales ha estado por los suelos, situación que a la mayoría de los políticos en el país al parecer no les incomoda en lo absoluto, pues la estela de corrupción sigue muy marcada, gracias a quienes ya por estos tiempos continúan robando sin misericordia alguna, y bajo la complacencia de las autoridades que debieran combatirla. Claro que la sociedad mexicana no está exenta de culpas, el ciudadano común puede estar siendo partícipe de corruptelas, cuando por ejemplo, ofrece dinero o regalos para evitar realizar trámites burocráticos, para librar una sanción costosa, un castigo judicial, o cuando pretende incrustar algún familiar al sistema laboral de alguna dependencia. Hace tiempo en México fue dado a conocer el libro “Anatomía de la Corrupción”, un ejemplar presentado por el Instituto Mexicano para la Competitividad A. C. y el Centro de Investigación y Decencia Económica; sin ahondar en datos, le cuento que entre 2008 y 2014 México cayó al lugar 31 en el índice de la percepción de la corrupción de transparencia internacional. Y es que, mire usted; los mexicanos percibimos la corrupción como algo normal y frecuente, donde por cierto ningún estado de la República se escapa del problema. Por ejemplo, Querétaro que ha sido calificado como el menos corrupto alcanza un 65 por ciento, con un 85 por ciento de los estados restantes donde la corrupción es la pena de todos los días.

No cabe duda, donde quiera se cuecen habas. También se ha dado a conocer que el 44 por ciento de las empresas en este país reconoció haber pagado sobornos para agilizar trámites en el gobierno y conseguir permisos; y cómo no, si en México la impunidad está más que permitida, pues aquí sólo  el 2 por ciento de los delitos de corrupción son castigados, y alcanza únicamente a los cometidos por mandos inferiores. De 1998, y hasta el 2012, de 444 denuncias que fueron presentadas por la Auditoría Superior de la Federación, sólo siete denuncias fueron consignadas, es decir el 15 por ciento. Lo peor del caso es que los de la tierra Azteca seguimos creyendo que la corrupción la realizan sólo ciertos personajes políticos y servidores públicos; según el INEGI los mexicanos nos sentimos honestos, pues no creemos que nuestros familiares puedan ser corruptos, ni que los vecinos o compañeros de trabajo lo sean, aún cuando tan sólo en 2013 se registraron más de 4 millones de actos pequeños de corrupción, adivine usted por quiénes.

Este escabroso asunto bien pudiera cambiar algún día, pues para empezar, en la Cámara de Diputados y Senadores ya han aprobado una Ley para reforzar el combate a la corrupción, de tal manera que recientemente han sido enviados a los Congresos de los estados los documentos que deberán ser analizados, para con ello dar pie a lo que será el Sistema Nacional Anticorrupción, un modelo con el que se otorgarán mayores facultades a la Auditoría Superior de la Federación para que investigue la forma en que los estados y los municipios invierten los recursos que provienen de la federación. Ya sabremos con el tiempo si la nueva Ley será efectiva, o tendrá la suerte de letra muerta como tantas otras leyes. Hay también una iniciativa ciudadana, la llamada Ley 3 de 3, que camina para recuperar la confianza ciudadana en los políticos, un tema interesante ahora que la corrupción ha dañado fuertemente conceptos como la legalidad, la transparencia, y la rendición de cuentas; amén de la situación con los partidos políticos donde el clientelismo ha marcado la suerte de la ya olvidada ideología partidista. Como le digo, amable lector, los mexicanos hemos vivido en un mundo de corrupción que si bien es cierto tiene su asentamiento principal en la clase política, los ciudadanos comunes también de algún modo hemos fomentado esta costumbre de buscar maneras para evadir responsabilidades mediante la clásica mordida, el soborno y los compadrazgos. Este pudiera ser el tiempo para enderezar el barco, para hacer conciencia de lo que pretendemos en nuestra nación; decir no a la corrupción es predicar con el ejemplo, y señalar con firmeza los abusos de los gobernantes, es la manera correcta de limpiar nuestra casa llamada México. Hasta pronto. Para comentarios mi correo electrónico robleslaopinion@hotmail.com

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