Tu es Petrus

Véritas Liberabit Vos

Et super hanc petram aedificabo ecclesiam meam Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, con estas palabras tan significativas y contundentes, se ejemplifica uno de los momentos más culminantes en la historia del catolicismo cuando un simple mortal como era Simón, es investido de una de las mayores responsabilidades que puede haber aquí en la tierra, tener la dirección suprema de la Iglesia Católica y el primado apostólico, lo que conocemos como pontífice, que no representa otra cosa sino su raíz etimológico que proviene de prefijo latino pontis que significa puente e ifici que quiere decir levantar o construir, aquél que construye puentes, puentes entre los humanos y Dios, así de claro, así de constante, donde no solo se le concede esta investidura sino además se le confiere el resguardo de un objeto por demás emblemático que va aparejado a esta munífica responsabilidad, se le entregan las llaves del Reino de los cielos, y se le da el poder de abrir o cerrar todo lo que este preciado objeto pueda hacer.

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Esta nombramiento de facto, queda asentado en las palabras que el Evangelio de San Mateo en su capítulo 16 nos narra en unas cuantas líneas llenas de una trascendente intensidad que transcribo para no perder su esencia “ Y al llegar Jesús a la región de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos  diciendo ¿quién dicen qué es el hijo del hombre?, y ellos dijeron, unos que Juan el bautista, otros que Elías, otros que Jeremías y otros que alguno de los  profetas; y él les dijo Y vosotros ¿quién dicen que soy yo? Respondió Simón Pedro y dijo ¡tú eres el Cristo, el hijo de Dios viviente!, respondió entonces Jesús, Bienaventurado eres Simón hijo de Jonás, porque eso no te lo reveló la carne ni la sangre, sino mi padre que está en los cielos, más yo digo que Tú eres Pedro y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella, y a ti te daré las llaves del reino de los cielos y todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo” (Evangelio de San Mateo 16; 13 – 19).

Dos circunstancias que se derivan de este tácito mandato que quedan ilustradas en una señal clara y precisa, Pedro  no solo tiene la autoridad y por ende la enorme responsabilidad, también tiene simbólicamente en sus manos el elemento vital para poderla ejercer, tiene unas llaves, igual que cuando el propietario de algún bien posee la llave que permite ingresar o acceder al mismo, en este caso no se habla en singular, se habla en plural, tal como queda plasmado en el escudo vaticano donde se observan dos llaves entrecruzadas una de plata apuntando hacia el lado derecho que representa el poder temporal del mundo y la otra una dorada orientada al extremo opuesto que no refiere al poder espiritual de la Iglesia Católica, ambas unidas entrelazadas por un cordel que representa el vínculo estrecho de los dos poderes que es rematado en la parte superior por una tiara circundada por tres coronas que confieren tres grados, pastor, maestro y supremo sacerdote de la Iglesia, misión por ende inclaudicable que ha generado 266 sucesores de aquél a quién  Jesús otorgó de una manera tan directa y profunda ese enorme título y desafío.

Un dato muy elocuente es el hecho que la Plaza de San Pedro en Roma que comprende la parte que va de la llamada vía della Conciliazione que abarca desde el catillo de Sant Ángelo junto al río Tíber hasta la Basílica pasando por el obelisco central, tiene la forma precisa vista desde el aire de una cerradura de aquellas tradicionales, misma que será abierta o cerrada por esas llaves que fueron depositadas en aquél cuyos restos reposan en un lugar especial dentro de esa Basílica y que justo fuera de ella se erige el mencionado  obelisco llamado o conocido como el testigo mudo en memoria de aquél primer pontífice que fue crucificado en el circo de Nerón donde dicha estructura egipcia era un silente espectador de lo que fueron muchas de aquellas infames matanzas de cristianos, entre ellas la del apóstol Pedro.

Siempre es ilustrativo leer o analizar algún pasaje de la historia bíblica y más si se quiere relacionar o aplicar a conceptos propios de la vida como este caso señalado donde el mismo Jesús da una instrucción muy precisa a uno de sus apóstoles, donde el mismo Mesías reconoció lo difícil de esa tarea, y por eso llamó a Simón como Pedro, o sea roca, piedra, para saber que así como es sólida y básica para ser el sustento de un gran andamiaje, también es tozuda y firme, trabajosa para moldearse o plegarse fácilmente, como lo es la voluntad y el carácter del ser humano a quién va dirigido esto.

Hoy a cada uno de nosotros la vida nos pone en circunstancias análogas a las del apóstol Pedro, nos establece ser roca para una variedad de roles que van apareciendo en el transcurso de nuestro andar cronológico, algunas son pasajeras, otras son permanentes y para cada una de ellas también habrá una llave que nos permita abrir o cerrar convenientemente la razón para la que fue elaborada.

Nuestra vida no es fortuita ni intrascendente, por alguna razón especial estamos aquí, indudable no tendremos la opción que tuvo Pedro de escuchar de boca de su Maestro cuál iba a ser su misión, pero podemos cada día tratar de ser mejores en cada momento de nuestro actuar poseemos inteligencia, tenemos voluntad es cuestión que orientemos nuestros sentidos e intelecto, nuestra responsabilidad y criterio y podamos darle un uso benéfico a nuestra libertad y seamos roca como base firme que sustenta y genere o piedra dura con las que se tope cualquier buena acción.

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