Una declaración de polendas

Véritas Liberabit Vos

Desde que asumió a la Presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump se ha caracterizado por sus polémicas declaraciones, ataques de soberbia, ira, obsesiones arrebatadas que se dejan sentir en un twitt o en una entrevista donde el tema principal se desvía o se corta para dar paso a una frase, opinión o acusación temeraria que cimbra bolsas de valores, hace trastabillar el contenido de discursos de Presidentes de otras latitudes o ponen a ver si el saco al que se refiere  en el mensaje es del tamaño que porta alguno de sus Secretarios o funcionarios principales, que prestos empiezan a dilucidar cuál puede ser su desenlace.

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Sin embargo, lo comentado el pasado miércoles 6 en la Casa Blanca por el Presidente Trump es realmente una declaración que supera por su trascendencia a muchas de las que ha podido emitir desde que tomó posesión en enero de este año, sin mediar un acontecimiento o suceso relacionado para ello mencionó que  había llegado el momento importante de reconocer lo que sus antecesores solo consideraron como promesa de campaña, y espetó de forma por demás clara y contundente que Israel ya tenía la capacidad suficiente para elegir su propia capital y que los Estados Unidos reconocían a Jerusalén como la propia en lugar de Tel Aviv, por lo que se ordenaba se iniciaran los procesos para trasladar ahí la embajada del país de las barras y las estrellas.

En efecto sus antecesores como Bill Clinton, George Bush el propio Obama llegaron a comentar dentro de sus campañas políticas como aspirantes a la Presidencia sobre este trascendental punto, pero al llegar a la oficina oval desistieron de su intento, ahora Trump habiéndolo dicho durante su periplo electoral, a menos de un año de gobierno daba a conocer esta importante decisión donde se cristalizaba la idea.

No podemos calcular todo el trasfondo y consecuencias políticas que conlleva lo expresado por Trump ese día, de inmediato las protestas por parte de los grupos palestinos que ven como tácitamente se deja todo el control político y social a Israel sobre esa porción de tierra tan importante para las tres más grandes religiones monoteístas del mundo: la católica, la judía y la palestina, pero sobre todo un punto neurálgico que ha sido el factor común como parte determinante en cualquier documento de acuerdo de paz entre judíos y palestinos desde 1948 en que por decisión política fue creado el Estado de Israel siendo los palestinos los primeros afectados por esta determinación.

En efecto las palabras de Trump habían enviado desde Washington metafóricamente un misil que había caído en territorio musulmán y que cual ataque suicida o provocativo generaba una reacción en contra de proporciones que son difíciles de calcular en esa zona del mundo que ha pasado a ser de la Ciudad Santa que resguarda tres de los más significativos lugares para el cristianismo que es La Iglesia del Santo Sepulcro con toda su magnificencia y valor ya que se dice corresponde al lugar donde se crucificó, sepultó y fue la resurrección de Jesucristo;  La mezquita Al Aqsa que es el tercer lugar santo para los musulmanes después de La Meca y de Medina, y El Muro de las Lamentaciones rescoldo del segundo templo de Jerusalén destruido por Tito en el año 70 durante la dominación romana, a una de las ciudades más convulsas del orbe.

Esta ciudad que resguarda fundamentos de creencia y fe, historia, tradición y esperanza, que fe testigo de hechos plasmados en las páginas de la historia humana y divina ha vivido desde 1947 en que fue dividida previo a la fundación del Estado judío en la Jerusalén Oriental donde se concentraron los palestinos deseando que esa fuera por siempre la capital de su nación y por otro lado la Jerusalén Occidental de posesión judía incluida en ella la llamada Ciudad Vieja donde se encuentran los lugares más importantes de esta localidad, amén de los avances que el bando judío realizo como consecuencia de la llamada Guerra de los Seis Días en 1967 en que traspasó la famosa “Línea Verde” que no era otra cosa que la división fronteriza que delimitaba ambos territorios de la ciudad entre oriente y occidente desde el armisticio de 1949 consecuencia de la primera guerra palestino – israelí y que es motivo de discusión en cada documento que sobre un acuerdo de paz entre ambas naciones se trate .

Ahora el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel por boca del Presidente de Estados Unidos y el cambio de embajada es una patente de corso que blinda y justifica formalmente la actitud de dominio que sobre ese territorio ha ejercido el bando judío desde ya hace tiempo, controlando política y socialmente a los palestinos que a base de reclamos, ataques y resistencia han tratado de hacer valer sus derechos a costa de derramamiento de sangre, violencia y sufrimiento.

Las consecuencias por esta declaración generó inmediatamente enfrentamientos de la resistencia palestina con sus correspondiente dosis de muertos que vislumbra una nueva Intifada como aquella provocada por la visita de Ariel Sharon en el año 2000 al área de mezquitas enlutando durante cinco años con una lucha parecida a la de David contra Goliat solo que en sentido opuesto ya que las piedras palestinas se enfrentaban al gigante bélico israelí , y no solo eso sino la exacerbación de conflicto milenario que atiza a los grupos musulmanes que en este siglo enarbolan la bandera de la rebelión y asolan con su terrorismo y deseo de reivindicación, situación que echa por tierra y empantana todos los posibles acuerdos de paz que se vislumbraban en el camino; esta declaración no fue una declaración al vacío pero sí parece que más un salto al vacío para esa convulsionada región.

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