“ANNUS HORRIBILIS”

Veritas Libertas Vos

Por Daniel Aceves Rodríguez

La anterior locución latina tiene un significado al español como “año terrible u horrible” y se expresa cuando al finalizar diciembre el balance de este no ha sido como 365 días antes se había pensado al recibirlo entre abrazos y brindis, que marcaban “la llegada, consecuencia lógica del feliz año nuevo”. Esta frase se dice se utilizó por primera vez al finalizar el año de 1870, y fue dicha por las facciones jacobinas decimonónicas como resultado de la promulgación por parte del Papa Pío IX de la Constitución Dogmática “Pastor Aeternus” donde decretaba la Infalibilidad Papal que significaba la total preservación de error cuando el pontífice promulga a la Iglesia una enseñanza dogmática sobre temas de fe y moral, lo que se conoce como declaración ex cathedra, verdad de fe que debe ser acatada sin discusión, Constitución que recibió su aprobación del Concilio Vaticano I, dando así al Vicario de Cristo la seguridad de la asistencia del Espíritu santo al promulgar solemnes definiciones pontificias.

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Ya en el siglo pasado esta frase volvió a tomar fuerza cuando fue pronunciada por la Reina Isabel II el 24 de noviembre de 1992 en un discurso dado con motivo de su 40 aniversario en el trono catalogando a este periodo como un annus  horribilis: “1992 no es un año el cual voy a mirar atrás con total placer”, atrás habían quedado los discursos a su pueblo embebidos en impulso y patriotismo de una Inglaterra de la postguerra que afianzaba su influencia como una fuerte nación, poderosa tanto en tierra como en mar; ya los temas no era la reconstrucción económica y social o los intereses de las naciones que conformaban el Commonwealth británico en sus posesiones allende las fronteras y en su dominio marítimo, ahora los problemas yacían en las consecuencias derivadas de reportajes de revistas del corazón, que ya para entonces generaban más preocupación en el ánimo de la corona que las otrora batallas mundiales que sostenían el futuro de la humanidad en vilo, o una pasada guerra de las Malvinas que diez años antes había regresado los ojos hacia esta potencia mundial que en un lapso corto acabo con los sueños libertarios de un régimen argentino que reclamaba sus derechos.

Y menciono que los motivos que tuvo la Reina para calificar de esta forma a 1992 eran superfluos ya que solo uno de ellos era inherente a la Nación, el hecho de que el territorio de Mauricio se convertía desde marzo en una República independiente, lo demás eran episodios palaciegos de mayor voyeurismo o enconado socialité, tales son los casos del anuncio del divorcio de su segundo hijo varón, el Príncipe Andrés de la Duquesa de York, el divorcio de su hija Ana del capitán Mark Phillips, el sonado caso de la publicación de “Diana: su verdadera historia, documento autobiográfico de su nuera incómoda la Princesa Diana donde con autorización de la misma salían a la luz pública las “tristezas” de la pareja imperial dando así pie a un suceso que acaparo los titulares de diarios y revistas más preocupadas por la farándula y el vodevil, a la postre de ello siguieron publicaciones de fotos y transcripción de llamadas entre la Princesa y ciertos amigos, y en respuesta surgen fotos y llamadas de la relación entre el Príncipe Carlos de Gales y Camilla Parker Bowles destapando así el llamado Camillagate, bueno y para que no todo fuera un marco de sentimentalismo y afrentas pasionales, a cuatro días de este discurso el Castillo de Windsor emblemática residencia de la realeza sufrió un incendio con consecuencias severas.

Pero todo la anterior es historia y puede parecer intrascendente a la vista de lo que el mundo está viviendo en esta mitad de año, no sabemos cuáles serán las circunstancias una vez que este 2020 termine, lo que podemos decir es que tan solo con la mitad del año la lección que nos ha dejado ha sido de dimensiones insospechadas, si en los tiempos de las dos grandes guerras (1914/1918) y (1939/1945) el mundo vivió una hecatombe donde la muerte, el odio, la saña se hacían sentir los contemporáneos pensaban tal vez que ese año era el más horrible o el más sacrificado, y empezaban el siguiente con la esperanza de llegar a un final, ahí el enemigo era visible, el enemigo había decretado formalmente una guerra y el país se defendía ante él, tanto en el campo de batalla como en las mesas diplomáticas, el enemigo tenía rostro y se enfrentaba cuerpo a cuerpo, se podría predecir quién vencía según los acontecimientos, la Europa y el Pacífico ardían, América y otra parte de los continentes solo veían con amargura lo que sucedía.

Igual ocurrió en los diversos escenarios posteriores como la Guerra de Corea, la Guerra de Vietnam, las guerrillas de Centroamérica, los horrores del comunismo y las dictaduras, el terrorismo y la lucha de los cárteles por tener el control y dominio de territorios, pero lo que sucede en estos momentos es desigual, el enemigo tiene un rostro oculto que no da la cara y ha atacado sin previo ultimátum de guerra como se requería en una guerra justa, ha avanzado subrepticiamente sin importarle barreras de fronteras o color de piel, sin importarle treguas o naciones que se decreten neutrales o levanten una bandera blanca, sin más aviso que los síntomas y las condiciones humanas para soportar o no los estragos de este virus.

Nos ha encontrado armados para batallas nucleares e intergalácticas, para misiones impensables y avances tecnológicos de punta, pero nos ha tomado desprotegidos y vulnerables ante un elemento microscópico que nos ataca temible sin un escudo de defensa científico, pero si uno común y corriente como el jabón y la distancia; si la pandemia nos ha distanciado y nos ha hecho resguardarnos para tomar fuerzas y salir adelante ante este ataque terrible que llegó sin avisar, ante esta señal de que el hombre debe reflexionar y valorar lo grandioso que es la vida, esa vida que hoy más que nunca en este “annus horribilis” entendemos lo valiosa que es.

“Cuando pase la tormenta, 

Le digo a Dios apenado,

Que nos devuelva mejores,

De lo que nos había soñado”

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