Nos conocimos en 1981 aquí en Tepic, cuando de casualidad ambos habíamos llegado de la ciudad de México por distintos rumbos. Nos presentó Alejandro Pineda en un café cerca de palacio de gobierno y nos llevó a platicar con Pancho Angulo sobre un suplemento cultural del nuevo periódico Sigloveintiuno.
Iniciamos una amistad que jamás cesó. Incluso se convirtió en hermandad. Por Mario Coz conocí a Mario Santiago Papasquiaro en la Casa del Lago de la capital de la república. Nos unía la poesía. Parecíamos vagabundos pero éramos poetas. Poetas y vagos. Poetas y briagos.
Tengo infinidad de diálogos con Mario Coz cuando la comunicación digital era por correo electrónico, del 2007 y 2008 principalmente. Para esos años ya tenía un punzante dolor de huesos y de nervios y de todo. Sufría lo bastante para considerarse muerto en vida. Se encerraba y no nos dejaba verle. De pronto “depertaba” de su infierno doloroso y se ponía a escribir, enviándonos textos maravillosos a Luis Méndez, a Marcos Herrera y a mí.
Tengo todos sus libros, incluso el último en digital. Era un cronista críptico, sabroso, de sarcasmos y de escenarios caricaturescos. No quiero decir más de Mario Coz ahora, solo recrear en esta crónica un poema de mi serie “Aplausos Grabados”, que escribí por ahí del 2004.
Nosotros mismos, no, Mario
¿Quién nos detuvo?
-nosotros mismos, no-
Sería ese acompañante, sombra efímera,
que se bebió su parte del tequila
Me preguntaste si te hablaba
y yo a mi vez te pregunté si tú me hablabas
Y no era nadie,
como no somos nada en este mundo
—–
El mullido fragor de este camino
era el todo en sí mismo
Nuestros nomás los pasos del zacate
Nuestros nomás los ojos- fuente
de fluidos purpurinos sorprendidos
Lo demás era incógnito
—–
Por fin, algo extraño se aparecía a la gente
por fin, la oscuridad se le materializaba
al par de errantes, de miedo rutilantes
Finalmente había otro Dios enmedio,
un trago de veneno y una mordida al fruto
purgando por pecar
Sacramentos castigos, alucinaciones veniales
cristos batracios, vírgenes quedas
Un hacedor devoto del bosque, a la derecha,
y a la izquierda, las luces
que de cerca y de lejos bamboleaban
—–
Deja de llover y el viento viaja alto
Dejan de crujir las hojas de los árboles
Dejan las suelas de friccionar la hierba
Deja de oler a alcohol nuestro tequila
Muere el ticús, muere la víbora
El cableado -alta tensión anula su energía
—–
yo no te hablaba yo no era
tú no me hablabas tú no eras
Aún así no creíamos en sustos
Yo pensaba, “no creo en la luz”
y ésta se apagaba de un flamazo
Tu creías que un cielo sin estrellas
era solo una cubierta de teflón
concha de mar visual
sin las complejidades matemáticas
del metro decimal
o el lento calendario de fechas por morir
Los designios se cumplen,
se abaratan, si es otro el que los sueña,
y si nosotros somos propietarios del verbo
“Ya vámonos”, predije
y desapareció el dueño de esta insidia
—–
Hoy se plañe sin lágrimas
pero con ayes lastimeros
¡Ahora solo la niebla no nos castra¡
¡Solo lo que se bebe moja¡
El tercero era yo, el segundo eras tú
el primero quién sabe
De la aurora no era su voz
Del sol no era su cara
Del paisaje matinal no era tan bello
Y no era tan contemporáneo
Como los frenos de motor
o el humo del chacuaco
¿Quién nos detuvo?
¡Porque nosotros mismos, no, mi hermano!, ¡Mario!