Las Semanas Santas en el Tepic de ayer

Igual que como ahora, la gente dedica sus días libres a los paseos. Solo que hoy hay más opciones, más destinos, más infraestructura de servicios y más movilidad en transporte y caminos.

En la década del sesenta, los lugares vacacionales de playa en el pacífico mexicano con más fama eran apenas, Acapulco, Manzanillo, Puerto Vallarta, Mazatlán, y La Paz. Estos destinos se habían vuelto inalcanzables para la clase media. Además de insuficientes. Cada periodo vacacional se saturaban y los paseantes empezaron a buscar otros lugares para su descanso.

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En Nayarit solamente teníamos fama en San Blas, que no ofrecía las comodidades y servicios de que gozaban otros lugares de veraneo.

Sin embargo, nuestras atractivas playas empezaron a llamarle la atención a los vacacionistas del centro del país, principalmente Jalisco, Aguascalientes, Querétaro y Guanajuato. Las familias de estos estados preparaban sus casas de campaña, sus víveres, sus dotaciones para cuando menos cuatro días.

Algunos vecinos y familiares venían en caravanas, carro tras carro, cuidándose en el camino, con sus autos y camionetas atascadas de bultos, petacas y maletas. Muchos incluían hasta pequeñas lanchas jaladas por remolques.

Descubrirían la playa de Rincón de Guayabitos, que para la década del sesenta no tenía ningún servicio, ni gasolina, ni mercados, ni hotelería. Guayabitos representaba mucho más diversión que Puerto Vallarta porque la playa era segura y paradisiaca.

El camino de Guadalajara a Guayabitos

Todo ese trajinar de miles de visitantes obligadamente salía de la ciudad de Guadalajara a Tepic por la carretera internacional, pasando por Plan de Barrancas, ya que no existía la autopista actual. La primer parada obligatoria era en Tepic, porque aún no se construía el corte de Chapalilla a Compostela, por cierto la primer carretera de cuota en nuestro estado.

Las caravanas casi interminables de carros, camionetas y hasta camiones atestados de turistas llegaban a Tepic, en donde algunos privilegiados tenían parientes o algunos moteles en donde quedarse, pues nuestra ciudad no contaba con suficiente hotelería para ellos. Los que podían quedarse se hospedaban aquí, y por ejemplo el jueves iban a San Blas, el viernes a Novillero, y el sábado y domingo a Guayabitos. Iban y venían diario y se les facilitaba conocer más playas y dotarse de mejores servicios.

Los que no tenían la oportunidad de quedarse en Tepic, se instalaban en la zona de Guayabitos, Playa de los Cocos o Matanchén, adecuando sus casas de campaña, y alimentándose de sus propios víveres que conservaban en hieleras o canastas. No había ni luz ni refrigeración. Ni siquiera gasolina por lo que portaban ellos mismos sus bidones de combustible. Para alumbrarse usaban leña. Y obvio, también para calentar sus alimentos.

La carretera de Tepic a Las Varas aún no se terminaba de pavimentar en la zona del cerro de Compostela, por lo que se pasaban arroyos en la cumbre. La gente se ayudaba mutuamente, aunque fatalmente siempre había accidentes lamentables. Para llegar a la playa del Novillero aún se tenía que pasar el estero a través de un chalán, lo que significaba un tanto dificultoso, pero al final la diversión valía lo que se le invertía en tiempo y costo.

Tepic

Tepic recibía a miles de paseantes. Sin embargo, los tepicenses también gozaban del descanso de esos días de la semana santa. Aquí los mercados, las pocas tiendas de abarrotes, las gasolineras y el resto de servicios como farmacias o transporte urbano quedaba casi totalmente cancelado a las diez de la mañana del jueves, del viernes, del sábado y del domingo de cada semana santa.

La ciudad daba miedo de tan sola que se quedaba. Era común el robo a casas habitación, pues muy poca gente vigilaba. Los tepicenses nos íbamos a San Blas, Guayabitos y Novillero en la mayoría de los casos. Pero la ventaja es que íbamos y regresábamos el mismo día, por lo que ya a las seis de la tarde o siete de la noche, nuestra ciudad recobraba algo de su normalidad nocturna, aunque no mucha.

Nos gustaba que hubiera tanta gente pasando por Tepic. Escuchábamos historias de gente adulta de Guanajuato o Aguascalientes que jamás habían conocido el mar. Recibíamos gustosamente a parientes de otras ciudades para que disfrutaran nuestras playas. Y a quienes no teníamos el gusto de recibirlos, los veíamos pasar en sus carros con placas de otros estados.

Las playas se atiborraban de vacacionistas de todas las edades y de todos los estratos sociales. En Nayarit nunca se les negó un pedazo de playa a quienes viajaban en camiones repletos. Eso sí, dejaban las playas muy sucias pues no había planeación. Pero dejaban una derrama económica muy importante en el estado, sobre todo en Tepic, que era el punto de llegada y partida más importante para las playas ya mencionadas.

El regreso de paseantes durante el domingo en la tarde por aquellas carreteras curvadas y angostas era una fila interminable de vehículos. No pocos desesperados en su afán de ganar tiempo, lo perdían en los barrancos o en choques de fatalidad. La autoridad en los caminos era insuficiente, por lo cual la gente se ayudaba a sí misma, dirigiéndose ellos mismos en los casos de accidentes. No se exagera si se dice que la “cola” de carros llegaba desde Ixtlán a Magdalena en aquella intrincada carretera de Plan de Barrancas. Y de Tepic a Compostela igual, había filas de varios kilómetros. No se diga de Compostela a Las Varas.

En fin, poco a poco se les fueron facilitando las cosas a quienes viajaban del centro del país pasando por Guadalajara. En Tepic, también aprovechábamos los días santos para irnos de paseo a arroyos o lagunas. Siempre con nuestra canasta de tacos y emparedados de sardina o atún, nuestras tortas de frijoles con queso, y las aguas frescas de limón, lima o naranja, que nuestras mujeres preparaban con anticipación con sus manos santas. Ellas también disfrutaban su playa, su laguna o arroyo bañándose en refajo, en traje de baño de una sola pieza, o hasta con el vestido completo. Nadie de ellas pensaba en el bikini para sacarse fotos.

Pero llegando a Tepic todas y todos presumían su bronceado.

Los recuerdos de esos días en Tepic son imborrables y duraderos. Debe quedar la historia colectiva de esa generación porque pensábamos como uno solo. Hemos perdido esa unidad de pensamiento y comportamiento.

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