Una nueva nacionalidad (Primera Parte)

Véritas Liberabit Vos

Cuando el Ejército Trigarante entró a la Ciudad de México, aquellos hombres que firman el Tratado de Córdoba fundamentado en el Plan de Iguala ya no eran ni españoles ni indígenas, por sus venas corría otro tipo de sangre y en sus rostros los rasgos eran ya el reflejo de una nueva raza heredera del mestizaje de un mundo occidental europeo representado por el español y de una América nativa de orgullo aborigen amalgamado a su vez de un sincretismo cultural base de una nueva civilización propia y altiva.

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Estos eran los nuevos hijos de la Patria, los mexicanos que con orgullo ondeaban aquel pendón tricolor que daba vida a nuestra nación y que abría los ojos a un mundo libre dentro de un territorio bendecido por las riquezas naturales y el amparo de la Virgen de Guadalupe como Reina de estas tierras donde quiso posar sus plantas para que se construyera un templo a su devoción.

Es así como surge una nueva nacionalidad revestida de una gama de caracteres específicas que la hacen única y especial y de la cual cada uno de nosotros que nos preciamos en ser latinos y en particular mexicanos damos muestra cabal de ella con nuestras acciones y hechos, no es por casualidad que escritores de la talla de Octavio Paz, Samuel Ramos, Oscar Lewis, Alan Riding y Arnold Toynbee entre otros hayan dedicado un extenso estudio para investigar esas características propias de la forma de ser del mexicano, y que a continuación mencionaré haciendo una selección de lo dicho por quien a mi juicio ha descrito con mayor puntualidad y elegancia este tema, me refiero a la obra del Filósofo mexicano Raymundo Guerrero quien en su obra Problemática y Legislación Social de México lo describe con magistral sapiencia.

Enumera las características partiendo de un rasgo sobresaliente de la psicología individual del mexicano que es su “temperamento cicloide” resultado probable de la mezcla del dinamismo español y del quietismo indígena donde da como resultado días intensos de actividad y emoción seguidos por lapsos de quietud o en muchos de ellos desánimo provocando así desconcierto sobre el rendimiento continuo en un trabajo, esto viene caracterizado por la tan particular expresión de “tener ganas” o de “no me da la gana” en la que los mexicanos solemos basar los motivos de tal o cual conducta u omisión, así como los cambios de humor de uno a otro extremo; cuantas veces hemos escuchado “porque no me dio la”.gana”.

Otro rasgo es la actitud ante la muerte, en donde se conjugan factores disímbolos desde la abstracción hecha de nuestros sentimientos religiosos, sobresaliendo  esa especie de familiaridad con la muerte que tiene propiamente rasgos aborígenes que españoles, como lo es ese bromear con las imágenes más fúnebres siendo parte de nuestra cultura los tradicionales versos o calaveras, los altares u ofrendas del día de muertos donde entre comida, bebida, música y flores el mexicano cubre ese sentimiento de fragilidad, zozobra, o aceptación fatalista del partir de esta vida y la exterioriza con ese aparente desprecio respecto a la pérdida de la vida y le responde a la huesuda con un “hay que darle gusto al gusto, la vida pronto se acaba”, “si me han de matar mañana, que me maten de una vez”.

Sobresale su religiosidad como uno de los ejemplos más logrados del sincretismo mexicano, por una parte y aunque muy diferentes; ambas culturas antecesoras son teocéntricas, coincidentes en algunos rasgos, como puede ser el entusiasmo en las manifestaciones externas del sentimiento religioso realizado en procesiones, fiestas patronales, así como en la plasticidad de los símbolos y personajes; de lo que no se libra el creyente mexicano es de no distinguir suficientemente entre la trascendencia divina de su fe católica y la superstición o la ingenua credulidad habiendo una enorme diferencia entre las teogonías autóctonas con la mística, ascética y la apologética del catolicismo español, pero que indudablemente queda fuera de toda comparación ese sentir donde la fe del mexicano se acrecienta  por encima de las disensiones y enconos nacionales, y de cualquier tipo de las populares e ilustres tradiciones religiosas españolas, me refiero a la devoción de la Virgen de Guadalupe que es tal al grado que representa el símbolo de la nacionalidad, no por nada su imagen estaba en el estandarte enarbolado por El padre de la Patria y su Basílica es uno de los lugares más visitados por propios y foráneos “No hizo cosa igual con otra Nación”, “Ser mexicano es ser guadalupano”; “Todo se lo debo a mi manager y a la Virgencita de Guadalupe”.

Y ya que mencionamos la Basílica de Guadalupe es muestra como muchos templos, edificios, construcciones, pintura u otras expresiones del arte de uno más de nuestros rasgos característicos de la nacionalidad como lo es la delicadeza espiritual y artística en muchas de las obras que circundan nuestra Patria pero esto, esto será parte de otra historia”.

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